viernes, 22 de febrero de 2013

Vindicación y apología

Ha caído la máscara, estamos desnudos, no tenemos corona pero yo estoy satisfecho. Mi cuerpo no es una máquina perfecta, ni un templo sagrado. Mi cuerpo es un camino y es un campo, donde se crían flora y fauna que viven de mi y me hacen vivir. Soy el Dios de mis células, por eso espero que sigan las normas y no se vuelvan tumorales. Soy un ecosistema y no debería envenenarme con malos hábitos. No soy una estatua de bronce que ni siente ni padece. Tengo miedos, sueños y emociones. Soy un animal domesticado y me gusta sacar de paseo al perro que llevo dentro.
El animal es primario. El estómago dicta su estado de ánimo, el entendimiento es el coño y la polla, porque entre los pliegues se esconde un placer indecible, que va desde la médula hasta el hipotálamo. Los cuerpos se frotan, penetran y fecundan. Compartiendo flujos y saliva procreamos nuevas masas de carne, cobijadas en la tripa, liberadas al mundo para ser libres y felices. La vida es un milagro y hemos de celebrarlo.

Pero quisimos ser libres y lo arrasamos todo en el intento.

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