Ha caído la máscara, estamos desnudos, no tenemos corona pero yo
estoy satisfecho. Mi cuerpo no es una máquina perfecta, ni un templo
sagrado. Mi cuerpo es un camino y es un campo, donde se crían flora
y fauna que viven de mi y me hacen vivir. Soy el Dios de mis células,
por eso espero que sigan las normas y no se vuelvan tumorales. Soy un
ecosistema y no debería envenenarme con malos hábitos. No soy una
estatua de bronce que ni siente ni padece. Tengo miedos, sueños y
emociones. Soy un animal domesticado y me gusta sacar de paseo al
perro que llevo dentro.
El animal es primario. El estómago dicta su estado de ánimo, el
entendimiento es el coño y la polla, porque entre los pliegues se
esconde un placer indecible, que va desde la médula hasta el
hipotálamo. Los cuerpos se frotan, penetran y fecundan. Compartiendo
flujos y saliva procreamos nuevas masas de carne, cobijadas en la
tripa, liberadas al mundo para ser libres y felices. La vida es un
milagro y hemos de celebrarlo.
Pero quisimos ser libres y lo arrasamos todo en el intento.
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