jueves, 17 de febrero de 2011

Relatos de la cloaca y2

Como cada mañana Alberto tenía la lengua reseca al despertar, en su cabeza un extraño hormigueo, como un recuerdo resistiendo a evaporarse en el olvido.
Antes de amanecer todo había cambiado, aunque Alberto no se llegó a dar cuenta. Cuando Alex ya se despedía, consciente de la cercanía del nuevo día, él dudó y se mantuvo junto a ella. No duró mucho, veinte segundos a lo sumo, hasta que la realidad se señoreó de su presa. Alex dejó de respirar incrédula, él estaba con ella. Fuera, la alarma martilleaba sus oídos, recordándole que ya era la hora pero siguieron juntos un instante interminable. No supieron hacer, no acertaron a decir , tan sólo se mantuvieron unidos, mirándose en lo más profundo de los ojos. Alberto se aferraba a un sueño y no quería despertar.
Finalmente, taladrados los tímpanos por el despertador, volvió hasta su cuerpo, a su habitación, al mundo cotidiano que había intentado ignorar. Incorporándose, apagó la alarma, se frotó los ojos hinchados y sentado en calzoncillos al borde de la cama, miró desorientado la realidad. Del recuerdo de Alex sólo quedaba una bruma de telarañas, algo vago e impreciso que cosquilleaba en su cabeza.



Era miércoles diecisiete de Abril, una nueva jornada. Otro día de rutina colmando las horas del mismo Alberto de siempre. Asistió a todas las clases, tan sólo a primera hora, se escaqueó con Raúl para desayunar en la cafetería. No estuvo maravillado con nada, ni alumbró ideas geniales. Conversaciones repetidas, gracias ya reídas, las caras de siempre, el mismo deambular según los horarios establecidos. A la tarde, como siempre que podía, quedó con Ana. Absolutamente normal, ni tensiones ni peleas, tampoco la intensidad y la pasión de los primeros encuentros. Simplemente estar juntos, hablar y pasear cogidos de la mano. Miraron escaparates, tomaron una coca-cola en un bar y analizaron la cartelera del cine. Luego la acompañó hasta la residencia para despedirse y volvió al barrio por el atajo habitual. En casa, cenó una tortilla francesa viendo la televisión con sus padres: una película sobre policías honrados y malos malvados. Ya aburrido, fue el último en ir a dormir. En su cuarto fumó el poco hachís que le quedaba, escuchando música con los ojos perdidos al otro lado de la ventana.
Gastado el día, pensativo entre las sombras, repasaba los objetos familiares, fetiches del amor electrodoméstico. Se sentía cansado. Durante todo el día le había rondado un afán secreto de volver retomar las fantasías que dejó incompletas en algún punto del subconsciente. Abrió torpemente las sábanas para meter las piernas: recuerdos gratos le susurraban en el oído, historias inconexas que brotaban de lo más hondo de su cerebro. Anidó la cabeza en la almohada, masticó saliva reseca de añoranza, los párpados se cerraban buscando, autómata, la postura más cómoda.



-¡Mi amor! gritó Alex saltándole al cuello. Le apretó contra sí y él hundió la nariz en el pelo rojizo, aspirando el suave aroma a melocotón. El gusto de saberse cerca, reconociéndose palmo a palmo. Se besaron, se miraron embobados largo rato, sonrisas cómplices, una mirada empalagosa como una canción de amor. Súbitamente un recuerdo, vuelve con fuerza, ella se separa y le mira con ojos brillantes de emoción, musitando sin poder creerlo: Te quedaste aquí. Él, sujetándola por las caderas recordó, afirmó con la cabeza y sus cuerpos temblorosos volvieron a pegarse piel contra piel. Al despegarse empezaron a hablar, se interrumpían, callaron, comenzaron de nuevo a un tiempo y guardaron silencio. El lenguaje quedaba corto: Siempre estaremos juntos; pensaban.
Las horas de la noche fueron cayendo una sobre otra, cada beso era el último y por si acaso un adiós anclado en la mirada. Los labios se cerraban en torno a la lengua que juguetona exploraba senderos de piel. Poesía en un torrente de caricias, desde la yema de los dedos, sobre la piel erizada; sexo tempestuoso, saliva, sudor y semen.
El pitido de la alarma les sorprendió con el canto de cada mañana, aún desnudos. Imploraron: -Todavía no, cinco minutos más. Subía de volumen, se cagaba y se meaba en sus ruegos. Cada vez más cercano, más insistente, más descorazonado, Alex quiso desafiar las leyes del mundo y atrapó firmemente la cabeza de su amante entre los brazos, también él prefirió la felicidad y la inocencia, pero despertó creyendo que aún la abrazaba.
El despertador se burlaba de sus lágrimas; lo apagó y, triste sin saber desde cuando, se frotó los ojos con el dorso de la mano. Miró el reloj, de nuevo era demasiado tarde para él. Se rascó la coronilla con fuerza, observando extrañado el mundo, desde un país de sábanas y colcha arrugada. Se rascó la coronilla con fuerza, chasqueó los labios y el olvido fue ácido con el recuerdo de una fantasía amada. Fumó un cigarro matutino, sin concentrarse en nada. Apagada la colilla, los hombros hundidos, mirando el cadáver humear agonizante en el cenicero. Incorporó el cuerpo con pesadez, encaminó los pies, desnudos sobre las frías baldosas del pasillo, hastala bañera plantado bajo el agua caliente. Salió de la ducha y en el espejo, entre nubes de vaho, se descubrió los ojos hundidos entre ojeras­sueño atrasado y se prometió una buena siesta.



Después de seguir el ritual universitario, con la mirada ausente y un silencio colgado de los labios, volvió a casa, agotado de arrastrar el cuerpo sin ganas por las horas de la mañana. Su madre aún no había vuelto, no regresaría hasta tarde. Calentó unas sobras en el microondas que engulló tirado delante de la tele. Se meció en brazos de la modorra con un cigarrillo entre los dedos. Hacía calor para ser abril, los párpados echados y el murmullo televisivo acunándole. Al undécimo bostezo Alex le encontró sin poder creerlo, le tomó de la mano y él correspondió con una sonrisa.
Tras mirar picarona a ambos lados, se abalanzó al cuello para mordisquearle cariñosa, él se dejó hacer. Tomó la cara sonriente entre las manos y  la besó. Nuevos recorridos de la lengua traviesa que le exploraba. Él cubrió con sus manos, a pinceladas, cada centímetro de piel, provocando escalofríos a los largo de la espalda electrificada. Se desnudaron impacientes, se buscaron torpes y apresurados, se mordieron, se arañaron, se encontraron enredados como cables y, elevando gemidos al cielo mientras el deseo escalaba desde las profundidades. Sonrojados y jadeantes se vieron interrumpidos. Alberto se revolvió enfadado cuando su madre fue a avisarle: Ana estaba al teléfono.
Sin llegar a despertar fue informado de los planes de ella: ir a tomar café con unas amigas. Zanjó la invitación con un grosero: -No, ya te llamaré. Al colgar vio a su madre en la cocina preparando lentejas. -Ya era hora que despertaras. Gutural la voz del inconsciente volvió hablar con autonomía -Vuelvo a la cama, estoy cansado. Ella suspiró mirando al techo, refunfuñando para sí recriminaciones para el hijo.  Él fue a la habitación sin hacer caso. Entre las sábanas, Alex le esperaba desnuda. Temblorosos, se hundieron hasta el vértigo en el placer, olvidando el sentido de las palabras.
A la mañana siguiente Alberto se encontró mirando el techo exhausto y con ojos ensoñados. Suspiros cansados como lamentos y el reloj avisando que ya era mediodía, y él seguía tumbado. El sol se filtraba entre las cortinas verdosas inundando de paz y belleza el cuarto. Tardó en darse cuenta de que estaba pegajoso, se miró a sí mismo y suspiró fastidiado. Fue a la ducha. Luego, al sacar las sábanas sucias, descubrió, un hilo rojizo prendido del almohadón. Lo tomó curioso entre los dedos, era un pelo caoba al que no podía encontrar cabeza. Demasiado largo para ser de Ana, además ella era morena, y su madre rubia como él, también lo llevaba más corto ¿De quién podía ser? El inoportuno restallar del teléfono le sacó de sus deducciones: Raúl desde la facultad, los de medicina organizaban una sangriada a la hora de comer. Alberto se rascó la coronilla dubitativo, quizás una buena borrachera, llevaba demasiados días sintiéndose perdido. Acabó aceptando sin titubeos. Vestido con lo primero que encontró a mano, salió dispuesto a beberse el mundo.
Después de varios litros, la sangriada se convirtió en otra noche de viernes arrasando con las copas en los bares, empalmando un cacharro con otro hasta que mezcló el vómito con el trago. Alcoholizado y ridículo, ya era hora de volver a la cama. Mientras, Alex esperaba impaciente a la hora habitual. Extrañada por la tardanza, se entretenía . No sabía que Alberto llegó a casa de madrugada, demasiado borracho para tenerse en pie, que cayó a la cama babeando entre hipos y resoplidos, que intentó desnudarse pero no pudo y quedó vestido en la cama sin sábanas, roncando aliento a whisky de garrafa, no sabía que Alberto fue asaltado por extrañas pesadillas pobladas de gordos cantores de ópera y boquerones en vinagre como alfombra.
A la mañana siguiente, con una resaca criminal, Alberto se propuso madurar y dejar atrás los sueños. Mientras su querida ilusión, caía olvidada en algún rincón del subconsciente llorando con pena.
Sergi Colom 2011

Relatos de la cloaca

Por huir de la rutina, por querer ser todavía una niño, por seguir a la vida que grosera enseña el culo, ahora estás perdido...

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