Pasaba los días buscándote, perdido en un baile de máscaras, sin
saber quién era quién. Quise escapar de la masa para encontrar mi
papel. Con mirada torva desde el rincón, busqué correspondencia,
como un Hamlet retraído. Sentado en mi propia calavera, me entretuve
en arrojar piedras al pozo de mi ser, hasta cegarlo.
Pero el tumulto me atraía, arrastrándome al bullicio y finalmente,
me abandoné sin meditar dejando atrás el agua estancada. Durante mucho tiempo hablé, reí y bebí
sin medida. Busqué y celebré la vida, lamentando tan sólo no poder
encontrar una alternativa al trabajo.
Formé parte del mundo y dancé al compás del ritmo de la música
que generamos con nuestros pasos. Ya no observaba desde una atalaya
inestable, temeroso de caer e incapaz de abarcarlo todo con la
mirada. No era el cóndor que amaba de pequeño. Trabajé y me
divertí, busqué, amé y lloré. Caminé sin destino y a veces por
soberbia, me perdía pensando que era especial. Ahora he comido el
tuétano tras roer los huesos de la vida y quiero apurar el cáliz de
la vida hasta las heces.
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